El último sábado de agosto, un
despejado día de cielo azul, cumplimos nuestro deseo de visitar el Museo del
Dique. Dos semanas tuvimos que esperar para conseguir tique pues se ha convertido una atracción turística que está teniendo
mucho éxito, no sólo entre los visitantes, también entre los gaditanos como lo
somos yo y mis compañeros de aventuras. Así que a las once de la mañana
guardábamos cola para embarcar. El
pequeño catamarán que la empresa Albarco dispone para esta actividad, surcó la
bahía sin apenas vaivenes; el estado de la mar era de calma casi absoluta y eso
nos hizo disfrutar del corto trayecto, apenas 30 minutos, hasta La Cabezuela.
Nada más atracar en el antiguo
muelle de la factoría nos esperaba la guía, que resultó ser una amiga mía a la
que hacía tiempo no veía. Una sorpresa muy
agradable y una garantía de que la visita iba a resultar amena,
didáctica y detallada. El grupo la seguimos hasta el antiguo edificio de la
cámara de las bombas de achique donde está ubicado el museo.
Explorar las cuatro salas del museo es hacer un recorrido por la historia de la construcción naval en España a través de imágenes, de piezas y utensilios utilizados en los procesos de construcción y reparación de barcos y de fotografías antiguas que reflejan la manera de trabajar de una de las factorías más importante de España: Matagorda. Un recinto que reúne 130 años de actividad naval bien documentada y expuesta de una manera atractiva y comprensible para todo tipo de visitante y para todas las edades. Por eso me permití insinuar a Silvia, la guía, que debería abrirse a los escolares.
La visita prosiguió hasta el
primitivo Dique de Carenas, mandado a construir en 1872 por Antonio López y López, Marqués de
Comillas, fundador del astillero. Como testigos mudos del pasado permanecen
expuestos a la intemperie tres barcos
, uno de ellos el famoso vapor de
Matagorda, del que cuentan, nuestros padres y abuelos, tantas historias Éste debe
guardar muchas, pues ha traído y
llevado día tras día a los obreros de
Cádiz que venían a cumplir su jornada de trabajo: herreros, carpinteros de
ribera, forjadores, fundidores, remachadores, calafates….Y es que todos los
barcos tienen una historia detrás, desde quienes los construyen hasta quienes
lo habitan y navegan en ellos. Quienes han llevado a cabo este magnífico
proyecto han tenido en cuenta esa
perspectiva y han realizado un trabajo esencial para una bahía tan vinculada a
la construcción naval, con un gran calado histórico
y social pero que pasa desapercibido para la mayoría de los ciudadanos. Mencionar
que aquí se hicieron las anteriores butacas del Gran Teatro Falla y el puente
metálico de la Carraca en San Fernando, amén de otros encargos que nada tienen
que ver con lo naval.
Llama la atención tres
edificios: el botiquín, actual archivo histórico; la antigua escuela de aprendices reconvertida
en sala de exposiciones temporales y la
bella capilla que fue levantada en memoria de Antonio López, primer Marqués de
Comillas, empresario y fundador de la compañía Trasatlántica. Tres edificios
que se construyeron para dar servicio a la primitiva colonia industrial compuesta
de treinta viviendas construidas entre
los años 1880 y 1888, hoy desaparecidas. Como mínimo treinta familias
conviviendo entre estas construcciones. De los tres destaca la pequeña iglesia por su
colorista estética y aires bizantinos tan extraños por estos lares. Dicen que es neorrománica. La planta es de cruz griega y su interior
está profusamente decorado con madera, cerámica e imágenes pintadas al fresco.
Tomando ya el camino de vuelta, otros edificios de interés son los
antiguos comedores, una torre mirador de arquitectura reciente, edificios
destinados a archivos y otros usos administrativos y enormes grúas que
sobresalían por los edificios. Y por último, lo que fue el gran almacén general,
una extensa sala en la que se puede ver colgando de sus paredes paneles con los
nombres de los barcos construidos en los
astilleros de Cádiz, Puerto Real y San Fernando desde 1730. Conserva en una
esquina la campana que anunciaba los cambios de turnos y el descanso. Una
dependencia que espera acoger todo tipo
de eventos.
Dos horas y media de visita a un
enclave singular que nos descubre el importante Patrimonio Cultural de la Bahía de Cádiz, desde los restos del
castillo de Matagorda, que jugó un papel
importante en la defensa de Cádiz durante la Guerra de la Independencia junto
con el de San Lorenzo del Puntal situado enfrente, hasta el primer astillero
civil de España. Un tesoro de gran valor
turístico, de interés para el viajero y
para el propio gaditano. No
obstante está declarado como Bien de Interés Cultural.
Y ya de regreso, cuando el
impresionante paisaje industrial se nos iba alejando y las gigantescas grúas
que habíamos visto en tierra parecían
construcciones de juguete, pudimos observar las majestuosas torres de la luz
como dos atalayas guardianas del Estrecho de Puntales. Pasamos, de nuevo, por
debajo de ese incabado Puente de La Pepa
que tantos disgustos nos está dando.
Agradecer la alianza de Navantia, Albarco y viajes Melkart para
ofrecernos este lujo al alcance de cualquiera. Solo hay que reservar con
antelación.