lunes, 15 de septiembre de 2014

El Museo del Dique

    El último sábado de agosto, un despejado día de cielo azul, cumplimos nuestro deseo de visitar el Museo del Dique. Dos semanas tuvimos que esperar para conseguir  tique pues se ha convertido  una atracción turística que está teniendo mucho éxito, no sólo entre los visitantes, también entre los gaditanos como lo somos yo y mis compañeros de aventuras. Así que a las once de la mañana guardábamos   cola para embarcar. El pequeño catamarán que la empresa Albarco dispone para esta actividad, surcó la bahía sin apenas vaivenes; el estado de la mar era de calma casi absoluta y eso nos hizo disfrutar del corto trayecto, apenas 30 minutos, hasta La Cabezuela.




    Nada más atracar en el antiguo muelle de la factoría nos esperaba la guía, que resultó ser una amiga mía a la que hacía tiempo no veía. Una sorpresa muy  agradable y una garantía de que la visita iba a resultar amena, didáctica y detallada. El grupo la seguimos hasta el antiguo edificio de la cámara de las bombas de achique donde está ubicado el museo.


















    Explorar las cuatro salas del museo es hacer un recorrido por la historia de la construcción naval en España a través de imágenes, de piezas y utensilios utilizados en los procesos de construcción y reparación de barcos y de fotografías antiguas que reflejan la manera de trabajar de una de las factorías más importante de España: Matagorda. Un recinto que reúne 130 años de actividad naval bien documentada y expuesta de una manera atractiva y comprensible para todo tipo de visitante y para todas las edades. Por eso me permití insinuar a Silvia, la guía, que debería abrirse a los escolares.


























     La visita prosiguió hasta el primitivo Dique de Carenas, mandado a construir en 1872  por Antonio López y López, Marqués de Comillas, fundador del astillero. Como testigos mudos del pasado permanecen expuestos a la intemperie tres barcos, uno de ellos el famoso vapor de Matagorda, del que cuentan, nuestros padres y abuelos, tantas historias Éste debe guardar muchas, pues  ha traído y llevado  día tras día a los obreros de Cádiz que venían a cumplir su jornada de trabajo: herreros, carpinteros de ribera, forjadores, fundidores, remachadores, calafates….Y es que todos los barcos tienen una historia detrás, desde quienes los construyen hasta quienes lo habitan y navegan en ellos. Quienes han llevado a cabo este magnífico proyecto  han tenido en cuenta esa perspectiva y han realizado un trabajo esencial para una bahía tan vinculada a la construcción naval, con  un gran calado histórico y social pero que pasa desapercibido para la mayoría de los ciudadanos. Mencionar que aquí se hicieron las anteriores butacas del Gran Teatro Falla y el puente metálico de la Carraca en San Fernando, amén de otros encargos que nada tienen que ver con lo naval.

   


    

     Llama  la atención tres edificios: el botiquín, actual archivo histórico;  la antigua escuela de aprendices reconvertida en sala de exposiciones temporales  y la bella capilla que fue levantada en memoria de Antonio López, primer Marqués de Comillas, empresario y fundador de la compañía Trasatlántica. Tres edificios que se construyeron para dar servicio a la primitiva colonia industrial compuesta de  treinta viviendas construidas entre los años 1880 y 1888, hoy desaparecidas. Como mínimo treinta familias conviviendo entre estas construcciones.  De los tres destaca la pequeña iglesia por su colorista estética y aires bizantinos tan extraños por estos lares.  Dicen que es neorrománica.  La planta es de cruz griega y su interior está profusamente decorado con madera, cerámica e imágenes pintadas al fresco. 





































   Tomando ya el camino de  vuelta, otros edificios de interés son los antiguos comedores, una torre mirador de arquitectura reciente, edificios destinados a archivos y otros usos administrativos y enormes grúas que sobresalían por los edificios. Y por último, lo que fue el gran almacén general, una extensa sala en la que se puede ver colgando de sus paredes paneles con los nombres de los barcos construidos  en  los astilleros de Cádiz, Puerto Real y San Fernando desde 1730. Conserva en una esquina la campana que anunciaba los cambios de turnos y el descanso. Una dependencia que  espera acoger todo tipo de eventos.












Dos horas y media de visita a un enclave singular que nos descubre el importante Patrimonio Cultural  de la Bahía de Cádiz, desde los restos del castillo de Matagorda, que  jugó un papel importante en la defensa de Cádiz durante la Guerra de la Independencia junto con el de San Lorenzo del Puntal situado enfrente, hasta el primer astillero civil de España.  Un tesoro de gran valor turístico, de interés para el viajero y  para el propio gaditano.  No obstante está declarado como Bien de Interés Cultural. 













    Y ya de regreso, cuando el impresionante paisaje industrial se nos iba alejando y las gigantescas grúas que habíamos visto en tierra  parecían construcciones de juguete, pudimos observar las majestuosas torres de la luz como dos atalayas guardianas del Estrecho de Puntales. Pasamos, de nuevo, por debajo de ese  incabado Puente de La Pepa que tantos disgustos nos está dando.






























   Agradecer la alianza de  Navantia, Albarco y viajes Melkart para ofrecernos este lujo al alcance de cualquiera. Solo hay que reservar con antelación.








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